Queda especialmente reflejada en este libro la ambigüedad de la virtud de la fortaleza cuando se aplica a las mujeres. Una experiencia común y compartida que emerge rápidamente, bien se enfoque desde las distintas experiencias individuales o desde las estructurales. Sea desde la psicología, la historia, la economía o la teología, por mencionar algunas. Tal vez la fortaleza femenina y su dimensión resistente y resiliente se deba a esta sabiduría que ya Hildegarda de Bingen o el maestro Eckhart experimentaron de “regar el alma para que crezca, se expanda y se mantenga”. Esa espiritualidad impregnada y centrada en la creación cuya comprensión del sufrimiento tiene que ver más con los dolores del parto del universo preñados de vida y aspirando a plenitud que a pago por el pecado, propio del esquema de la caída que conlleva toda esa dimensión sacrificial abusiva, dolorista y desastrosa para todos, especialmente para las mujeres. Seguramente no es lo mismo acudir a la virtud de la fortaleza desde un esquema teológico que desde otro y, sobre todo, los efectos que uno y otro originan en las mujeres (y en todos los seres humanos) son considerablemente distintos.
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